Chile se ubica persistentemente en una posición vergonzosa en las mediciones que se hacen a nivel mundial o regional de las distancias que separan a ricos y pobres en cada país. Según diagnosticó la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en abril de este año, Chile es su socio más desigual en términos de ingresos percibidos por la población. Y además, se ubica en tercer lugar en la lista de los que tienen mayor proporción de pobres, con un 18,9% de pobreza. El último Indice de Desarrollo Humano del Pnud, de julio 2010, que abarca a un mayor número de países, situó a Chile en el lugar 43 (en una lista de menos a más desigualdad) y en quinto lugar en América Latina y el Caribe, región que de acuerdo con este estudio es la más desigual del mundo.
Dentro del país, la encuesta Casen 2009 indicó que la desigualdad sigue aumentando. “La pobreza ha disminuido, pero no las desigualdades”, dice el profesor Vicente Espinoza, sociólogo de la Universidad Católica con un doctorado y maestría en la Universidad de Toronto, Canadá. Actualmente se desempeña en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach) y forma parte del Proyecto Desigualdades, que se inició hace años bajo la dirección de Emanuelle Barozet, académica del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile. En este proyecto, que cuenta con apoyo del sector público, participan también académicos y profesionales de distintas disciplinas de la Universidad Diego Portales y del Centro de Estudios de la Mujer (Cem).
El objetivo principal del programa es investigar científicamente tendencias y procesos emergentes en la estratificación social chilena, y las desigualdades no sólo en los ingresos, sino en diversos ámbitos como género y educación, entre otros. Como instrumento de trabajo se realizó una Encuesta Nacional de Estratificación Social en el año 2009, cuyos resultados sólo se han dado a conocer parcialmente, porque aún están siendo procesados y analizados.
En esta investigación se ha constatado que pese a los avances hacia una situación de mayor bienestar en los últimos veinte años, gran parte de la población chilena percibe que las recompensas no están distribuidas de acuerdo con los esfuerzos realizados. En el caso de los estudiantes, señala el profesor Espinoza, aquellos que han hecho todo lo que les han dicho y se han esforzado para terminar la enseñanza media, llegar a la universidad y obtener un título, no encuentran los resultados esperados. Sus expectativas -y las de sus familias- de lograr una mejor situación económica y social, no se cumplen. “Hace diez años bastaba un título universitario. Pero ahora, debido a la masificación de la educación y a un aumento de la oferta de profesionales, las oportunidades empiezan cuando la gente tiene un posgrado. Así, alguien que estudió pedagogía en inglés, por ejemplo, puede ganar más vendiendo seguros que trabajando como profesor. Esas cosas pasan. Y lo que se está viendo ahora es un reclamo contra este forma de evaluar las oportunidades”. Las movilizaciones sociales actuales responden a problemas estructurales que vienen de muy atrás y, en su opinión, si ahora se expresan con tanta fuerza es porque hay más organización social y también porque se percibe que hay vacilaciones en el gobierno y en las políticas que impulsa. Esto a partir del ejemplo de lo ocurrido con el proyecto termoeléctrico Barrancones.
Inequidades de siglos
¿Cómo se puede explicar el nivel de desi-gualdad existente en Chile y en general en América Latina?
“Cuando uno empieza a ver la historia de las desigualdades es para deprimirse. La historia de Europa está llena de revoluciones, guerras y grandes cambios en las familias que tenían poder. Eso permitía que la situación pudiera cambiar a fondo de un siglo a otro. En Alemania o Francia uno se encuentra con dueños de la fortuna que se han sostenido por 80 ó 100 años, pero no tanta como en América Latina. Hay cierto consenso entre los historiadores que el sistema de desigualdades que vemos en América Latina es el que se impuso con la Conquista española, que significó la destrucción de las culturas originarias y la extinción casi total de la población. La mayoría de las familias que recibieron tierras, recursos naturales u otros bienes en esos tiempos, los han mantenido a través de los siglos por medio de la herencia. Los dueños de la riqueza se han reproducido y han reclutado a otros sectores de gente con recursos. No ha habido grandes transformaciones. El sistema de desigualdad lleva siglos instalado”.
¿De qué manera se puede enfrentar la desigualdad?
“Cuando uno piensa qué hacer, hay que plantearse en todos los niveles en los cuales ocurre la desigualdad. Si estamos hablando en términos macro, hay que pensar en reformas profundas de la sociedad o en revoluciones. Pero en Chile también hay desigualdades que están implantadas en la cultura, que son todas las discriminaciones -contra la mujer, la gente de diferente orientación sexual o de otro color de piel, los migrantes o la discriminación por apellidos-. Hay numerosas discriminaciones en la vida cotidiana, y eso requiere medidas fundamentalmente al interior de las organizaciones, como la adopción de las llamadas ‘políticas afirmativas’. Por ejemplo, en la Universidad de Santiago tenemos una política afirmativa respecto de buenos estudiantes que han estudiado en malos colegios. Es un programa carísimo -cuesta más de 100 millones de pesos al año, y no tenemos mucha plata- que consiste en ingresar cada año a la universidad entre 40 y 50 jóvenes que vienen de liceos ‘prioritarios’, que es la clasificación del Ministerio de Educación para aquellos con un promedio de alrededor de 200 puntos en la PSU. Partimos de la base que el talento y la inteligencia no son hereditarios, sino que en todas las clases sociales nacen niños inteligentes y otros no tanto. Hay niños y niñas que por el medio en que nacen desarrollan sus capacidades en ambientes que no son los más óptimos, pero sin embargo son los primeros de su curso, son jóvenes esforzados a los que les gusta estudiar y leer y que no tienen problemas para concentrarse. La experiencia que hemos tenido con ellos es que una vez que se les nivela, superando las deficiencias de formación con que vienen, se acomodan, no reprueban cursos y terminan las carreras que eligen.
En este caso se está enfrentando una desigualdad que tiene que ver con la discriminación por ser pobre. En algunas regiones del país existen programas similares y varias universidades han implantado el sistema de ‘cupos de equidad’. Algunas son más restrictivas que otras, pero incluso Ingeniería Comercial de la Universidad de Chile tiene cupos de equidad. Es decir, admiten a estudiantes que obtienen al menos 600 puntos en la PSU y vienen de escuelas municipales”.
Pero los resultados que se obtienen son pequeños, dada la enorme desigualdad en la educación.
“La desigualdad está hecha de muchas cosas pequeñas. Y si uno busca evitar la discriminación, medidas pequeñas como éstas son importantes. Un ejemplo: Michelle Bachelet prohibió que se exigiera poner fotos en los currículums de quienes postulan a un trabajo en la Administración Pública. Es un gran avance, porque se evita que se discrimine por el aspecto físico, principalmente a las mujeres.
En lo más grueso, considero que hay dos problemas básicos que enfrentar. Uno de ellos es el tema de las herencias, que es complicado porque alrededor del setenta por ciento de los chilenos tienen casa propia y cuando uno habla en contra de las herencias, piensan que lo único que lograron acumular a lo largo de su vida no se lo podrán dejar a sus hijos. Pero no se trata de eso, yo me refiero a la herencia de la gran riqueza -acciones, ahorros, tierras, empresas- cuya propiedad está sumamente concentrada en Chile. A través de la herencia se perpetúa esa concentración. Si existiera un impuesto a las grandes herencia se reduciría uno de los mecanismos más fuertes que hay en el país para la reproducción de la desigualdad. Este tema nunca, o casi nunca, se ha puesto en el tapete.
El otro problema son los impuestos, un tema que está en discusión hace mucho. El sistema de impuestos en Chile es permisivo, porque las grandes empresas tienen una cantidad impresionante de mecanismos para reducir la carga impositiva. La gran empresa paga impuestos muy bajos y sólo por las utilidades.
Lo que está claro es que si uno define la desigualdad en base a la pobreza, como lo hizo Ricardo Lagos, está condenado a seguir proponiendo crecimiento económico como la solución del problema. Y yo creo que la solución no va por ahí, porque la economía que opera en Chile es para tres o cuatro grandes empresas como Codelco, Forestal Arauco o las salmoneras dedicadas a la exportación. Y se acabó. De esa manera se condena a que la pequeña y mediana empresa no tenga ningún futuro”.
Movilidad social
¿Qué cambios detectaron en la encuesta en cuanto a movilidad social?
“Respecto de la estructura social en Chile, quienes han llegado al grupo de clase media alta -compuesto fundamentalmente por gente que tiene educación universitaria y técnica, que ocupa puestos de gestión o supervisión, o que tiene su propia empresa-, es difícil que desciendan. Esa ha sido la experiencia de un grupo cada vez más grande de gente que hoy representa más o menos el 25 por ciento de la población. La aspiración de la mayor parte de las personas es llegar a ese nivel, porque corresponde a la imagen que tienen de lo que significa ser clase media: seguridad de que los padres y sus hijos no bajarán del nivel alcanzado.
Sin embargo, para llegar a ese grupo hay dos grandes barreras, y ese es el problema que hay con las expectativas. En los últimos veinte años, siguiendo el mandato de alejarse lo más posible de la pobreza, muchos pensaron que podían dejar de ser pobres y llegar a la clase media de una generación a otra. Pero eso no ocurre”.
¿Cuáles son esas barreras?
“Los más grandes pasos se dan de una generación a otra, de padres a hijos. Pero resulta que el salto de una clase media baja o menos acomodada hacia la clase media alta es un peldaño largo, que no está al alcance de todos. La movilidad que las personas logran en su carrera laboral es muy baja, por lo general no hay cambios espectaculares. Puede ser que alguien pierda su fortuna y la rehaga, pero quien entra a trabajar en un determinado puesto en un colegio o en un consultorio terminará haciendo algo más o menos parecido. Esa es la primera barrera.
La segunda es el gran paso que se da desde la clase más baja a una clase media baja, con el propósito de saltar de allí a la clase media alta. Como se trata de dar dos pasos, estamos hablando de dos generaciones y no de una. Además, en esa clase más baja todavía hay posibilidades de caer de vuelta a la pobreza. Ese es el problema más grave, a mi juicio. En este grupo, sobre todo en el caso de las mujeres que enviudan o se separan y se transforman en jefas de hogar, no hay ningún mecanismo que prevenga y evite volver a la pobreza.
En ese sitio intermedio en el que está alrededor del 50 por ciento de la población chilena, unos están peleando por hacer el esfuerzo para que sus hijos den el salto al otro lado, y otros están corriendo para que no los pille la máquina y caigan de nuevo en la pobreza”.
¿Mejorará la situación con más inversión del Estado en educación pública?
“Es indudable que se necesita por lo menos el doble de recursos. Ricardo Lagos prometió que iba a incrementar los recursos para investigación al uno por ciento del PIB y estamos en el 0,65 por ciento. Con eso no se hace nada. En otros países se invierte el tres o cuatro por ciento del PIB. Pero no basta con poner más plata. Depende de dónde se ponga la inversión y de qué compromisos se adquieran. Pienso que uno de los grandes problemas que ha tenido la política pública en Chile es que nadie se compromete a ningún resultado. Hay más niños en los colegios, ¿pero están aprendiendo más o no?”
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